miércoles, 2 de abril de 2025

La marca de las Gárgolas (Un relato de Mistricia Snowy)

.Tema libre

El relato tendrá un máximo de 4000 palabras y un mínimo de 2000. Se presentará con interlineado doble y páginas numeradas; tipo de letra Times New Roman de 12 puntos. La obra deberá ir precedida de una portada en donde se incluirá título y seudónimo

 

La marca de las Gárgolas
(Un relato de Mistricia Snowy)


La semana se me estaba haciendo especialmente larga. Era ya miércoles y el madrugón de hoy había sido especialmente duro. Me monté en el metro como todos los días, me coloqué los cascos a un volumen alto (demasiado según mi teléfono) para que me fuera despertando poco a poco. Cuarenta minutos exactamente para llegar al curro. Busqué en mi lista de música algo movidito y le di al play. En los dos primeros transbordos fui de pie. Tenía la esperanza de sentarme en este último, ya que había perdido el metro en mis propias narices. Uno de esos días en que el conductor te cierra las puertas sin esperar dos segundos más siendo tú la única que queda en tierra. Llegaría un poco más tarde, pero no pasaba nada, lo bueno era poder ir sentado.

Por fin llegó el metro después de esperar 8 minutos. Me senté en el borde con mi mochila puesta a la espalda y la otra bolsa apoyada en mis rodillas con las cosas del trabajo. La abracé lo justo para no aplastar el plátano y el trozo de bizcocho que me había metido para desayunar y para evitar que la botella de agua no se volcara y pudiera mojar la agenda o los papeles del trabajo. No sería la primera vez.

Una de las canciones me erizó la piel, así que cerré los ojos para poder disfrutarla mejor. Hacía tiempo que no escuchaba esta canción y siempre me pasaba lo mismo. Apenas entendía la letra, pero aun así la combinación de guitarras, batería, voces, y efectos sonoros hacía que mi piel se estremeciera de gusto. La última canción que traduje me decepcionó tanto que no quise hacer lo mismo con las demás.

De repente, un brusco movimiento hizo que abriera los ojos. Vi gente corriendo con cara de terror. Miré a mi alrededor y, primero, vi un agujero en el techo del vagón, bastante grande. La gente gritaba y, pocos segundos después, el vagón se despejó. Era uno de esos metros con los vagones abiertos, con las uniones que recuerdan a un acordeón. La gente se amontonaba lo mas cerca de la cabecera del metro que podía.

Yo me levanté sin saber qué hacer, medio dormida, abrazada a la mochila y con cara de “!¿Qué cojones está pasando?! “. Miré detrás de mí. Allí se encontraba una especie de escultura de piedra gris oscura con alas y garras que desprendía un calor intenso. Miré hacía arriba para ver su cara. Su enorme cabeza bajó a mi altura y me miró con unos ojos rojos mientras respiraba con dificultad. Me quedé paralizada y, sin pensarlo, me vi acariciando su mejilla y chistando como se hace para calmar a un bebé o a un animal herido o enfermo.

Lo analicé con más detalle y, sorprendentemente, descubrí que era una gárgola. Pensé entonces que me había quedado dormida y que esto pertenecía a uno de mis sueños fantásticos.

El metro frenó bruscamente y, por los altavoces el conductor pedía calma y orden. Con el frenazo caí casi encima de la gárgola, que se desplomó de lado en el suelo. Había bastante sangre. Solté la mochila y busqué la herida de la bestia; estaba cerca del hombro y era profunda. Me quité el pañuelo del cuello y presioné la herida. Fui a gritar ayuda, pero al mirar al fondo vi cómo la gente bajaba desesperadamente de los vagones. A volver a mirar a la gárgola su aspecto estaba cambiando. Se estaba haciendo más pequeño, su aspecto era cada vez más humano, hasta convertirse en un hombre de unos cuarenta años. Su cuerpo quedó desnudo y empezó a tiritar. Me quité el abrigo y le tapé como pude.

En su muñeca había un tatuaje circular con entrelazados celtas que ya había visto antes. Su piel era más blanca de lo habitual. Sus ojos eran de un color negro, no se distinguía la pupila del iris. Ajusté el pañuelo a su hombro presionando la herida.

Se empezaron a oír voces al fondo del vagón. La mano del chico me agarró con fuerza y mirándome a los ojos sus labios susurraron:

- Ayúdame”.

 

Lo levanté y bajamos del vagón. Él conocía bien los túneles. Nos metimos por unas puertas y luego por unos pasadizos húmedos y oscuros. Se escuchaban pasos detrás de nosotros. Cada vez le costaba más andar a pesar de la ayuda que le estaba prestando.

- Es aquí - dijo con gran esfuerzo.

Señaló con la mano una pared. Presionó una baldosa y el muro se movió, dejando una abertura muy justa para pasar. De allí pasamos a un ascensor antiguo con rejas. Subimos varias plantas y llegamos a un espacio diáfano con muy pocos muebles. Él se dirigió hacia una nevera, de la cual cogió algo, y se tumbó en una cama grande con las sábanas revueltas. Abrió con dificultad un bote se impregnó la herida con una pasta oscura. Me miró e hizo una señal con la mano para que me acercara.

Sentí miedo. Ahora si sentía miedo. Era un poco absurdo: no me daba miedo la gárgola, pero sí el humano.

Me acerqué despacio, mi corazón latía muy deprisa. Cuando estaba a menos de un metro dijo:

- Me has salvado la vida…, puedes irte cuando quieras.

Lo interrumpí diciendo:

- Aunque quisiera, no sé salir de aquí. Mi sentido de orientación es nulo.

El hombre giró la cabeza para mirarme y soltó una carcajada contenida. Señalo una puerta y dijo:

- Si sales por esa puerta de frente encontrarás unos ascensores. Baja a la planta cero y encontrarás la salida a la calle. Te prometo devolverte el abrigo….

Me dirigí hacia la puerta y, antes de llegar, me di la vuelta:

- ¿En qué zona estoy?

- Plaza de España - contestó.

Abrí la puerta y la cerré a mi espalda con suavidad.

Saqué un boli y un papel de mi mochila, escribí mi teléfono y mi nombre. Lo pasé por debajo de la puerta y me fui.

En el ascensor me di cuenta del aspecto que llevaba. Menos mal que llevo de todo en la mochila. Las toallitas húmedas hicieron un buen trabajo y en las veintiséis plantas que bajó el ascensor, me dio más que tiempo de arreglarme un poco. Quitarme la sangre de las manos y cara, recogerme el pelo con una goma. Menos mal que siempre voy de negro, así las mancha no se notan tanto y más las de sangre. Lo raro fue que no parara en ninguna planta y subieran algunas personas. Cuando llegué a la planta baja salí hacia un hall que parecía de un hotel. Nadie me preguntó nada al salir. Efectivamente me encontraba en plaza de España, en el edificio España. Me dirigí hacia el metro. Llegaba tarde al trabajo y encima había perdido la bolsa del curro con los papeles y lo que más me dolía era el desayuno.

- ¡Mierda! Dije en alto. Van a saber donde trabajo y me harán muchas preguntas…Llevaba demasiada información en esa bolsa.

Al entrar en la boca del metro, en las escaleras alguien chocó conmigo.

- Creo que esto es tuyo.

Me acercó la bolsa que había perdido. En su muñeca había el mismo tatuaje que el hombre gárgola. Otra vez ese simbolo. Llevaba gafas de sol y sólo pude ver como esbozaba una sonrisa de medio lado. Cogí la mochila y en decimas de segundos desapareció. Era una mujer pelirroja de pelo corto.

Al finalizar la escalera vi a tres policías al lado de los torniquetes. Me temblaban las piernas. Me agache para hacer que me ataba los cordones de los zapatos y buscar dentro de la bolsa el abono. Había un gorro y una bufanda que no eran míos (Rosa fluorescente). En una nota ponía: “Póntelo y quítate las gafas. Buscan a una mujer con gafas de pelo largo negro y vestida de negro”. Me puse el gorro metiendo el pelo todo lo posible y la bufanda al cuello. Las gafas me las guardé en la manga del jersey y me colgué la bolsa al hombro. Cogí aire y pasé al lado de los policías con el abono en mi mano preparado para pasarlo. Pasé sin ningún problema. Por el camino al anden decidí volver a casa, estaba claro que me estaban buscando.

Cuando llegué a casa me quedé sentada en el sofá mirando al infinito. Al final no era un sueño y estaba pasando de verdad. Poco a poco me fui quitando el gorro , la bufanda, los zapatos….mi gatito Conde se acercó mirando con extrañeza, salto al sofá y me maulló dulcemente. A acariciarle se apartó bruscamente. Mire mi mano y me quedaba alguna mancha de sangre todavía en la parte de la muñeca. Me levanté rápidamente y me fui al baño a lavarme bien. Después de una ducha y desenredarme me quede mirando mi reflejo en el espejo.

- Tengo que cambiar de look inmediatamente. Me dije en voz alta.

Busqué en el cajón las tijeras y el peine, y con todo el dolor de mi corazón corté como pude. En el fondo del armario tenía un tinte caoba de hacía años, pero no me lo pensé. Después de un rato me encontraba en pijama en el sofá viendo la tele sin prestar mucha atención. Mi gato se había acurrucado conmigo y con su ronroneo me quedé dormida.

El timbre me despertó. Conde estaba al lado de la puerta con el lomo erizado cosa que en circunstancias normales me hacía gracia porque no tenia nada de pelo. Pegué un brinco y miré el reloj.

- ¿¿La seis de la tarde??

Era increíble como había pasado el tiempo. Me dirigía hacia la puerta de puntillas y miré por la mirilla. Era un repartidor. Insistió en timbrar a pesar de no hacer ruido.

- ¿Quién es? Dije

- Le traigo un paquete, contestó.

- Yo no he pedido nada. Dije.

- Disculpe, han insistido en que entregue esto en esta dirección. Contestó

- Déjelo en el felpudo, por favor. No estoy visible, gracias.

El chico dudo, pero lo dejo donde le había dicho y se marchó en el ascensor. Yo rápidamente abrí la puerta cogí el paquete y cerré corriendo. Era una bolsa grande de papel cerrada con una pegatina. Abrí y saqué un abrigo nuevo en color gris medio, entallado a la cintura y con capucha. En la bolsa había pegado con celo un sobrecito pequeño con una nota:

- Espero que te guste. Gracias por todo. Estoy en deuda contigo Shirma. Fimado: Telun.

Miré detrás de la tarjeta y venía el nombre del hotel de Plaza de España.

- Shirma?? Dije en alto.

En ese mismo instante sonó un mensaje en mi teléfono.

- Sube a la azotea a las 23:45, la puerta estará abierta. Tenemos que hablar. Telun

Fruncí el ceño y guardé el contacto como Telun.

            Me quedé mirando a la nada y pensando en aquel símbolo. Yo lo había visto antes, pero, ¿dónde? Fui directa a la habitación y cogí una caja que tenía encima del armario. Era una caja que encontré cuando me mudé y no quise tirarla por si la dueña volvía a por ella. La dejé encima de la cama y, poco a poco, fui sacando cosas: un vestido, un pañuelo, unos libros, una cajita…
—Espera, me dije.
Abrí la cajita y allí estaba el símbolo; era un colgante de plata con un cordón en color púrpura. Lo cogí entre mis manos y le hice una foto con el móvil. Había un sobre con fotos dentro que no había mirado por respeto a la intimidad y unos libritos escritos a mano que tampoco quise cotillear. Volví a dejar la caja encima del armario.

A la hora acordada subí a la azotea. Hacía una noche agradable, no azotaba el viento y el cielo estaba despejado sin nubes e iluminado por la luna que estaba casi llena. Llevaba el abrigo que me habían regalado, era bastante cómodo y calentito. Me subí el cuello del abrigo, notaba el corte de pelo que me había hecho sobre todo en la nuca. Me quedé mirando la ciudad unos minutos y luego volví a mirar la hora en le teléfono. Eran las doce de la noche, un poco tarde para mí que tenía que madrugar al día siguiente. Tenía ya calculado la nueva ruta que coger para llegar al trabajo hasta que pasaran unas semanas. Suspiré y me di media vuelta para marcharme. La voz de Telun pronunció el nuevo nombre:

- Shirma, espera.

Me di la vuelta y allí estaba:

- Perdona el retraso. Todavía no estoy recuperado de mis heridas.

Le miré con dureza y le respondí:

- Yo no me llamo Shirma. Seguramente ya sabes todo de mí.

- Lo sé, pero es mejor así. Dijo con voz seria y calmada.

- ¿Qué quieres de mí?, No voy a contar nada de esto a nadie. Lo primero nadie me creería y pensarían que se me ha ido la cabeza. Lo segundo, me gusta llevar una vida tranquila. Bastantes preguntas me van hacer mañana por faltar al trabajo y por mi cambio de look. Y tercero, mañana madrugo y sino duermo soy una persona insoportable.

La cara del hombre fue cambiando de serio a sorprendido, de sorprendido a desconcertado, de desconcertado a guasón y a terminar dió una carcajada tan fuerte, que le hizo parar de inmediato al sentir un dolor punzante en la herida del hombro. Se llevo su mano allí y respondió con voz de dolor:

-Tranquila, sólo quería darte las gracias en persona y pedirte……bueno ya veo que eres más lista de lo que pensaba. Te has cambiado el pelo…

- Y la ruta del metro también la voy a cambiar, dije sin dejarle acabar. Hoy no fui por indigestión de la cena de ayer. Eso piensan mis compañeros y jefes.

Mañana se sorprenderán del cambio de pelo y les tendré que contar una milonga. Pensarán que estoy en crisis. Eso dicen de las mujeres que cambian su look drásticamente, ¿no?- Dije levantando las cejas esperando una aprobación por su parte.

-¿Dónde te has metido todo este tiempo? Dijo mientras se acercaba lentamente hacia mi. Me acarició la mejilla y se despidió con una sonrisa.

- ¿Te volveré a ver? – Dije

- Cuando quieras, ya sabes dónde encontrarme.

A la mañana siguiente al despertarme y lavarme la cara, descubrí en mi muñeca ese símbolo celta tatuado.

- ¿Pero, cuando...?

En la encimera del lavabo había una pomada con una nota: “Échatela hasta que cure”.

El viaje en metro al trabajo fue tranquilo y tenso a la vez.

Mi vida estaba cambiando y no sabía que me esperaba en el futuro.

Ahora era Shirma, protectora de gárgolas.

El día en el trabajo pasó muy rápido. De vuelta a casa, la frase de Telun no paraba de resonar en mi cabeza:
-¿Dónde te has metido todo este tiempo?
Me lo dijo como si me conociera de antes, pero... Volví a coger la caja de encima del armario y saqué el sobre con las fotos y los libritos escritos a mano. Empecé a sacar las fotos; eran de edificios antiguos: fotos de detalles de columnas, de esculturas y figuras. Curiosamente, entre ellas había gárgolas. En la parte posterior había fechas y los nombres de las ciudades donde se encontraban esos edificios. Lo metí todo en el sobre. Cogí uno de los libritos y le retiré la goma para ojearlo. Eran anotaciones de los viajes a las ciudades, hablando de las esculturas de los edificios.
Conde apareció por la puerta y, con curiosidad, se subió a la cama, se metió dentro de la caja y se puso a ronronear mientras masajeaba el vestido. Lo retiré rápidamente con cuidado, con miedo de que lo enganchara con las uñas. El librito se me cayó al suelo y de él salió una foto. La recogí y la miré. Me dio un vuelco el corazón.
-¿Cómo podía ser posible?
Esa chica era igualita a mí. Sonreía a la cámara mientras abrazaba a un chico. Ella llevaba el colgante y el vestido de la caja. El chico salía de perfil e intentaba tapar su rostro con la mano, cubriendo la cámara. La mano con la que tapaba llevaba un tatuaje en su muñeca. Cogí una lupa para poder ver mejor el tatuaje y la cara del chico. Era Telun. Le di la vuelta a la foto y ponía una fecha: 3 de noviembre de 1973 y unas iniciales: T y S. Habían pasado 50 años desde esa foto... Cogí el teléfono y se la mandé a Telun.

A los pocos minutos recibí un mensaje:
- Sube a la azotea. En la caja está la llave.
Rebusqué y rebusqué y no la encontraba. Vacié la caja encima de la cama… pero no la veía. Conde me miró y, con su patita, me señaló la llave que tenía al lado de sus patas.
- ¿Tú ya lo sabías? ¿Ya me conocías también?
- ¡Miauuu, miauuu! - respondió.
Cogí el vestido y me lo puse. También cogí el colgante y me lo puse. Agarré la llave y me subí a la azotea corriendo. Me temblaban las manos y no atinaba a meter la llave para abrir la puerta de la azotea. El corazón se me iba a salir por la boca. Ya estaba anocheciendo. Se veían los últimos rayos de luz rojizos ocultándose en el horizonte. Un gran aletear me hizo mirar hacia arriba. Allí estaba Telun. Bajó hasta donde yo estaba. Se paró frente a mí y volví a sentir su calor. Sus ojos rojos se clavaron en los míos. Una lágrima caía por su rostro, lágrima que limpié con mi mano. Nos fundimos en un abrazo. En mi cabeza aparecieron imágenes de tiempos pasados, lugares y personas que no conocía actualmente. Al abrir los ojos, me encontré rodeada de gárgolas, que empezaron a transformarse en personas y, sonriendo, fueron a saludarme uno a uno.

- ¡Has vuelto!

 


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Patricia Nevado

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