La nota en la butaca de cine.
Era una obsesión, una necesidad, una forma de sentirse bien y tranquila. A ella le desestresaba y le hacía evadirse de la cruda realidad.
Había tenido muchas pérdidas importantes en su vida y decepciones. La soledad era su compañera últimamente.
Llevaba ya diecisiete años yendo al cine todos los viernes tarde y domingos noche. Siempre se sentaba en la misma butaca. En el mismo cine, muy cerca de su casa.
Aquella tarde se sentó y al acomodarse, en un lateral encontró un papel doblado en varias partes. Sorprendida lo cogió y desdobló despacio. Había algo escrito.
“Tus lágrimas, son mis lágrimas, firmado Ángel”.
Guardó la nota entre sus manos y miró lentamente a su alrededor. Nadie le miraba. Nadie hizo ningún movimiento extraño o sospechoso. Se relajó y guardo la nota en su bolsillo mientras miraba hacia arriba, y se dijo a sí misma.
No sea peliculera Rebeca. Es simplemente una nota que se cayó en el asiento y no recogieron.
Las luces se apagaron y empezó la proyección. Esta vez no pudo meterse tanto en la película como otras veces. En su mente estaba la nota que encontró. No podía pensar en otra cosa.
Terminó la proyección y se encendieron las luces. Al levantarse su bolso se volcó y cayó al suelo desperdigándose casi todo su contenido. Algunas cosas cayeron bajo los asientos de las filas delanteras.
¡Maldita sea!, exclamo en alto, ¿Por qué me pasan estas cosas?
Se agachó como pudo y de rodillas empezó a recoger sus pertenencias mientras las metía en su bolso sin cuidado. Al levantarse no quedaba nadie en la sala. En la cabina de proyección unas sombras atrajeron su atención. Una silueta con forma de ángel alado hizo que su corazón se acelerase.
¡Dios mío! Exclamó con lágrimas en los ojos de la impresión que le dio.
Alguien le toco el brazo y al girar la cabeza se encontró con un chico joven con una escoba y un recogedor en cada mano, que le indicó que debía marcharse, ya que tenían que limpiar la sala para la próxima sesión.
Ella sin mediar palabra y agarrada a su bolso, con mirada perdida salió de la sala.
A la mañana siguiente cogió la nota y volvió a leer su contenido. Había cambiado.
“Tus deseos, son mis deseos. Firmado Ángel”.
Sus manos empezaron a temblar.
¿Cómo es posible? susurró
El domingo acudió a su cita. Se acomodó en su butaca y al apagarse las luces se volvió a mirar hacia la cabina de proyección. El haz de luz era tan brillante, que lo siguió con la mirada hasta llegar a la pantalla. Se acomodó, cerró los ojos fuertemente pidiendo un deseo.
Al terminar la película y encenderse las luces, no había nadie en el asiento, solo su bolso.
Nunca más se supo de ella. Nadie reclamó sus pertenecías.
Cuenta la leyenda que esa nota sigue apareciendo en algún asiento del cine. Quien la lee no puede escapar de sus palabras, para bien o para mal.
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